miércoles, 4 de enero de 2012

Donde perece un dios estremecido (Antología poética de Miguel Labordeta)

MIRA Editores, Zaragoza, 1994, 270 pp.
Vuelvo a leer este Retrospectivo existente de Miguel Labordeta (Zaragoza 1921-1969) y vuelvo a pensar en su poesía.  Unos cuantos libros (Sumido 25, Violento idílico, Transeúnte central, Epilírica y Los Soliloquios), creo que ya inencontrables.  Antonio Pérez Lasheras y Alfredo Saldaña publicaron en la década de los noventa Donde perece un dios estremecido, una antología que supuso para mí, hace tres o cuatro años, todo un descubrimiento.  Es el libro  de poesía que más he regalado, especialmente a mis amigos de fuera de Aragón. Regalé incluso mi propio ejemplar.  Y hoy he vuelto a encontrármelo, en ese rincón pequeño que algunas librerías aún reservan a la poesía.  Me ha mirado desde la portada con un cierto reproche y, sí, me lo he traído a casa.  Extrañamente nuevo.  Otra vez.

RETROSPECTIVO EXISTENTE

Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.

Invado las estancias vacías

para recoger mis palabras tan lejanamente idas.

Saqueo aparadores antiguos,

viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,

estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,

pero nadie me dice quién fui yo.
 
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,

y aunque torturo los espejos

con peinados de quince años,

con miradas podridas de cinco años

o quizá de muerto,

nadie,

nadie me dice dónde estuvo mi voz

ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía

esculpida en presurosos desayunos,

en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,

mientras los otoños sedimentaban

de pálidas sangres

las bodegas del Ebro.
 
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles

nuestros restos de nieve nocturna atormentada?

¿Por qué vertientes terribles se despeñan

los corazones de los viejos relojes parados?

¿Dónde encontraremos todo aquello

que éramos en las tardes de los sábados,

cuando el violento secreto de la Vida

era tan sólo

una dulce campana enamorada?

Pues yo registro los bolsillos desiertos

y no encuentro ni un solo minuto mío,

ni una sola mirada en los espejos

que me diga quién fui yo.

2 comentarios:

cessione del quinto dijo...

Què gran hombre, Labordeta. Este es un homenaje estupendo Olga. Un abrazo desde Italia.
Sara M.

Olga Bernad dijo...

Gracias, Sara.
Pequeño homenaje.
Gracias por tu lectura y bienvenida.