martes, 6 de septiembre de 2011

Operación triunfo, de Rodrigo Olay

 Me escribe este verano Rodrigo Olay, a quien no conocía.  Es de Noreña, Asturias, y tiene 22 años. Me cuenta que le han publicado un libro ganador del Premio Asturias Joven de Poesía 2010, convocado por la Consejería de Cultura y Turismo de su Comunidad y promovido por el Instituto Asturiano de la Juventud.  Me llama la atención el hecho de que el título –Cerrar los ojos para verte-  es el mismo que yo di hace muchos años a un relato mío que siempre permaneció en mi cajón. Tiene Rodrigo la amabilidad de enviarme su poemario y me llega hoy.  Lo abro al azar y me encuentro esto:

 OPERACIÓN TRIUNFO

Lo conocí.  Apenas era nadie.
Pero rápido vi que no era otro
más.  Me acerqué.  Le hablé.  Me lo propuso
y no pude negarme.  Oí el dinero
cayendo desde el cielo a manos llenas.
El chico lo valía.  Era un prodigio.
No tardaron bastantes en unírsenos.
Formamos un buen grupo.  Empezó todo.
Primero algunos bolos, poca cosa.
Luego aquella actuación tan celebrada.
Y entonces la locura, las ciudades,
los fans que nos seguían en la gira,
los estadios repletos.  Y su luz.
Sus letras se aclamaban como salmos,
su palabra de música iba a misa:
gritar su nombre era ya un saludo.  
Pero todo se jode.  De repente
parecía olvidarse de quién era.
Las drogas lo engañaron.  Se creía
que con su voz podía hacer milagros,
que era hijo de Dios, el Rey del Mundo
del Rock.  Y se juntó con esa puta.
En las cenas bebía demasiado
y después nos decía tonterías
como que acabaríamos vendiéndole
a las aves rapaces del gobierno.
Empezó a haber rumores.  No gustaba
aquel loco melenas con su broma
de amor y libertad y desastrados
hippies sucios creyendo sus parábolas.
La juventud se estaba corrompiendo.
Y fueron a por él.  A por nosotros.
Para entonces él no entendía nada
empeñado en cargar su cruz a cuestas.
Pero yo supe ver.  Y de ese modo
recordé dónde estaba mi lugar
y le hice el mayor de los favores.
Le hice eterno, inmortal, un Superhit.
Si no es por mí hoy no sería nadie.
Aquel jueves cambió toda la historia,
y acabó.  Yo cumplí con mi papel.
Ahora sólo debo hacerme a un lado
y esperar a que venga a agradecérmelo.
Sobra tiempo y soy rico: tengo treinta
monedas.  Sólo tres cuesta esta cuerda.

Yo, desde luego, voy a seguir leyendo…