jueves, 30 de diciembre de 2010

El juego de la taba, de Elías Moro

Elías Moro.  Calambur Narrativa.  Madrid 2010.  190 pp. 

El juego de la taba recoge un conjunto de apuntes líricos muy diversos y aparentemente espontáneos escritos al hilo de lo oído en un bar, en la televisión –fuente de maravillosas perplejidades: “Donde esté un buen estofao de rabo de toro, que se quite la horchata”- o desde el desamparo existencial que produce la consulta del dentista. 

Comenzamos el juego por el título y este nos trae un olor a memoria, calle con niños y un poco de real gana, que tampoco viene mal. Casi sin darnos cuenta, el autor se nos hace confidente a través de sus breves reflexiones poéticas, a veces flirteando con la greguería (“Las telarañas del otoño son las serpentinas del aire”), a veces adquiriendo el tono de pequeños cuentos o largos aforismos cuya última enseñanza no es siempre lo importante, pues tal vez sería una soberbia merecedora de castigo: “tener la seguridad de que se es dueño de una certeza y no poder hacer nada con ella, no saber dónde, ni cómo, ni a quién aplicársela”. Sí importa, sin embargo, la porción del inagotable no sé qué que el escritor rescata del mundo para nosotros (“Los charcos se entristecen si no pasas por ellos”, “Las perlas ascienden en espiral hasta lograr la belleza”). 

A Elías Moro se le entiende todo; digamos que el juego sigue sus honradas reglas pero, como en él, en la poesía se necesita toque, la tensión de la duda, la quemadura del deseo, el arte de acertar y la voluntad de no hacer trampas. Así juega el autor su partida con nosotros, como si fuésemos los niños de la portada, pero lo hace con una profunda voz de hombre que, la verdad, también se agradece

Publicado en Heraldo de Aragón, revista Artes & Letras, 30/12/2010. 
Reseña reflejada en el blog de la editorial CALAMBUR el 18/01/2011 


miércoles, 15 de diciembre de 2010

Hembra...

Hembra que entre mis muslos callabas
de todos los favores que pude prometerte
te debo la locura.

Lepoldo María Panero, El último hombre, 1984.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Matar a un poeta cuando duerme

Le dispararon aquí mismo, mire.
Mire y escuche mi sangre. En esta arteria,
de abajo arriba, para que la bala llegara al cerebro
y deshiciera, bruscamente, su genio y su infinito amor.
Los Chacales Erpianos se habían dicho:
Que sea cuando este bien dormido.
Los pobres poetas son muy sensibles.

Efraín Huerta



jueves, 25 de noviembre de 2010

No quieras ver el páramo

Antonio Serrano Cueto. Isla de Siltolá. Sevilla, 2010. 72 pp.

Antonio Serrano Cueto es autor de relatos incluidos en varias antologías y de publicaciones académicas propias de su labor universitaria, pero es en No quieras ver el páramo donde el escritor da a conocer su poesía, pasión que le ha acompañado durante toda su vida hasta cuajar en este primer poemario.  Su voz reclama una mirada detenida sobre el tiempo que avanza sucesivo e invencible y que, irremediablemente, se escapa o ya murió: “devolvedme la luz de mis ancestros/ su sordo caminar sobre la tierra”. 

A lo largo de sus cuarenta y tres poemas, esa llamada a guardar el instante y el canto a la derrota de perderlo se visten de un clasicismo que afecta al fondo y a la forma –el poeta es Profesor Titular de Filología Latina en la Universidad de Cádiz y pocos géneros hacen tan imposible huir de lo que somos como el que nos ocupa- y de brillantes notas culturalistas, pero también de una sencillez y una libertad que implican una revisión ecléctica de las concepciones previas que nutren su escritura. 

Sus versos se entregan a un rigor que busca claridades. Desde ellos nos hace llegar un cierto vitalismo teñido de una sensualidad nostálgica. Pero la voz poética no nos engaña, es una poesía escrita desde el páramo, como nos dice nada más comenzar: “Del páramo/ te traigo el desabrigo/ la ciega quemazón de la extrañeza”. Y ese parece ser el destino inevitable para la “desconcertada voz de la inocencia” con la que el autor conversa en el poema que da título al libro: “Pero aquí arriba llueve y hace frío/ y arrecia la intemperie. Tan a solas. / No quieras todavía ver el páramo”.

(Publicado en Heraldo de Aragón, Revista de Artes y Letras, 25-11-2010)

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Libros importantes

En mi vida ha habido muchos libros importantes. Estoy convencida de que algunos me cambiaron irremediablemente, tal vez no siempre para bien. Con cierta distancia, una acaba mirando hacia atrás, a veces, con un cierto sonrojo. Pero hay libros que llegan en momentos muy concretos, como si ese libro y ese momento hubieran venido a bailar un tango raro contigo. Creo que eso me ocurrió con Rayuela, de Julio Cortázar.

Lo compré casi por casualidad a los dieciocho años. Acababa de empezar segundo de Filología y me creía una intelectual (y ni siquiera me consideraba precoz), también acababa de volver de París y tenía muy fresco el primer viaje que -en contra de la opinión de mis padres- había realizado sola o en compañía de otros que ya no eran ellos. Lo abrí y tuve la sensación de que yo no había visto París, de que posiblemente nunca lo vería del todo y de que la palabra intelectual me iba a quedar grande para siempre. Sin ningún recurso para frenar la admiración (y ninguna gana) casi puedo recordar cómo me fue invadiendo mientras lo leía -en sus varios órdenes y en otros más caóticos- y aún me sorprendo muchas veces buscando esa edición de Cátedra, absolutamente destrozada, entre el montón de mi mesilla, en la guantera del coche o en uno de los fondos mistéricos de los bolsos enormes a los que voy agarrada por el mundo.

"Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven..."