MIRA Editores, Zaragoza, 1994, 270 pp. |
Vuelvo a leer este Retrospectivo existente de Miguel Labordeta (Zaragoza 1921-1969) y vuelvo a pensar en su poesía. Unos cuantos libros (Sumido 25, Violento idílico, Transeúnte central, Epilírica y Los Soliloquios), creo que ya inencontrables. Antonio Pérez Lasheras y Alfredo Saldaña publicaron en la década de los noventa Donde perece un dios estremecido, una antología que supuso para mí, hace tres o cuatro años, todo un descubrimiento. Es el libro de poesía que más he regalado, especialmente a mis amigos de fuera de Aragón. Regalé incluso mi propio ejemplar. Y hoy he vuelto a encontrármelo, en ese rincón pequeño que algunas librerías aún reservan a la poesía. Me ha mirado desde la portada con un cierto reproche y, sí, me lo he traído a casa. Extrañamente nuevo. Otra vez.
RETROSPECTIVO EXISTENTE
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
2 comentarios:
Què gran hombre, Labordeta. Este es un homenaje estupendo Olga. Un abrazo desde Italia.
Sara M.
Gracias, Sara.
Pequeño homenaje.
Gracias por tu lectura y bienvenida.
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