(Publicado en el suplemento cultural del periódico Heraldo de Aragón- Artes&Letras nº 429- 20/06/2013)
Mostrando entradas con la etiqueta Reseñas Heraldo de Aragón. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Reseñas Heraldo de Aragón. Mostrar todas las entradas
jueves, 20 de junio de 2013
jueves, 10 de enero de 2013
"Visible como el aire, legible como la muerte", de Mohsen Emadi
(Publicado en el suplemento cultural del periódico Heraldo de Aragón- Artes&Letras nº 406- 10/01/2013)
jueves, 18 de octubre de 2012
A punto de dejarlo, de Enrique Baltanás
(Publicado en el suplemento cultural del periódico Heraldo de Aragón- Artes&Letras nº 394- 18/10/2012)
jueves, 13 de septiembre de 2012
Un centro fugitivo, de Álvaro Valverde
Artes&Letras nº 389- 13/09/2012)
jueves, 10 de mayo de 2012
viernes, 30 de marzo de 2012
Desertores de Dios, de Francisco Javier Aguirre
ENTRE DIOS Y OTROS LABERINTOS
Francisco Javier Aguirre, Ediciones Nuevos Rumbos, Colección Fuera de Serie, Zaragoza, 2012, 222 pp.
Francisco Javier Aguirre, Ediciones Nuevos Rumbos, Colección Fuera de Serie, Zaragoza, 2012, 222 pp.
Desertores de Dios nos introduce en una habitación desconocida, una pequeña sociedad cerrada dentro de la nuestra: la vida en una congregación religiosa. Al leer esta novela colocamos otra pequeña tesela para comprender mejor el mundo. Estos círculos concéntricos tienen un núcleo central: el personal, encarnado en el protagonista. Y cada uno de ellos posee también una exacta correspondencia temporal. La novela presenta una acción real de aproximadamente dos horas, ese es su recorrido cronológico, pero se desarrolla en las reflexiones de una hora simbólica, la “Hora Santa”, y abarca psicológicamente casi medio siglo de recuerdos que el personaje central desgrana. El ensamblaje transparente de tiempos y mundos nos obliga a prestar una atención tan precisa como la palabra a través de la que el autor nos guía por su laberinto, con rigor y claridad, pero sin excesivas complacencias. Debemos estar atentos.
La novela comienza poniéndonos un secreto ante los ojos. “Un sobre cerrado, lacrado, una pesadilla”. Una madre moribunda deja una carta para su hijo. Toda confesión promete otro lado de la realidad, hace temblar los cimientos de nuestras seguridades. Abrir el sobre es acceder a otrasabiduría y, tal vez, como a los primeros hombres, lo que aprendamos nos expulse del paraíso.
Desertores de Dios hace alusión a esos niños de la posguerra que fueron dirigidos hacia los seminarios en un intento por obtener un porvenir y un nivel educativo inalcanzable de otra manera. Algunos de ellos permanecieron internados en instituciones religiosas desde la temprana edad de 11
años. No todos eran, por tanto, casos de verdadera vocación y eso llevó a que muchos acabaran “desertando “, abandonando un mundo que no habían elegido pero que formaría parte de ellos para siempre.
Los recuerdos nos adentran en aquel territorio complejo de voluntad, dudas, fe, intereses, tentaciones y valor. Grandezas y miserias. Verdades y mentiras. El autor nos hace sentir la fuerte presencia del grupo y su influencia sobre el individuo, el peso de la comunidad sobre el protagonista. Nos extrañamos y lo comprendemos perfectamente, notamos la dureza de la Hora Santa, sentimos físicamente sus calambres por la inmovilidad del momento de reflexión y, a la vez, volamos con su pensamiento. Estamos en su encrucijada.
La obra. inteligente y sobria, dura y hondamente tierna, tiene también el atractivo de la novela negra, su suspense recóndito que nos hace dudar de todo y de todos. Desconfiamos de interpretar bien palabras y miradas. Frente a la “normalidad” de la postura exterior, el mundo interior se vuelve una tormenta de la que no sabemos si saldremos… o si nos dejarán salir.
La novela comienza poniéndonos un secreto ante los ojos. “Un sobre cerrado, lacrado, una pesadilla”. Una madre moribunda deja una carta para su hijo. Toda confesión promete otro lado de la realidad, hace temblar los cimientos de nuestras seguridades. Abrir el sobre es acceder a otrasabiduría y, tal vez, como a los primeros hombres, lo que aprendamos nos expulse del paraíso.
Desertores de Dios hace alusión a esos niños de la posguerra que fueron dirigidos hacia los seminarios en un intento por obtener un porvenir y un nivel educativo inalcanzable de otra manera. Algunos de ellos permanecieron internados en instituciones religiosas desde la temprana edad de 11
años. No todos eran, por tanto, casos de verdadera vocación y eso llevó a que muchos acabaran “desertando “, abandonando un mundo que no habían elegido pero que formaría parte de ellos para siempre.
Los recuerdos nos adentran en aquel territorio complejo de voluntad, dudas, fe, intereses, tentaciones y valor. Grandezas y miserias. Verdades y mentiras. El autor nos hace sentir la fuerte presencia del grupo y su influencia sobre el individuo, el peso de la comunidad sobre el protagonista. Nos extrañamos y lo comprendemos perfectamente, notamos la dureza de la Hora Santa, sentimos físicamente sus calambres por la inmovilidad del momento de reflexión y, a la vez, volamos con su pensamiento. Estamos en su encrucijada.
La obra. inteligente y sobria, dura y hondamente tierna, tiene también el atractivo de la novela negra, su suspense recóndito que nos hace dudar de todo y de todos. Desconfiamos de interpretar bien palabras y miradas. Frente a la “normalidad” de la postura exterior, el mundo interior se vuelve una tormenta de la que no sabemos si saldremos… o si nos dejarán salir.
Olga Bernad
(publicado en el suplemento cultural de Heraldo de Aragón- Artes&Letras nº 374- 22/03/2012)
Reseña recogida en la página Web de la editorial NUEVOS RUMBOS
Reseña recogida en la página Web de la editorial NUEVOS RUMBOS
jueves, 2 de febrero de 2012
En la cama con la muerte, de Luis Alberto de Cuenca
![]() |
Luis Alberto de Cuenca, Ediciones de la Isla de Siltolá, Colección Anejos de Siltolá, Sevilla, 2011. 69 pp.
|
La última entrega de la colección Anejos de Siltolá es En la cama con la muerte, de Luis Alberto de Cuenca. Junto a una selección de 25 poemas de tema fúnebre, podemos disfrutar de las fotografías de Miguel Fernández-Pacheco y Marcela Lieblich, formando un volumen de soberbia factura.
La poesía de Luis Alberto de Cuenca bebe, como él mismo reconoce, de la Antología Palatina, colección de epigramas de época helenística y romana. Algunos de los epigramas más hermosos eran, precisamente, los funerarios. A pesar de su temática, el libro dista mucho de resultarnos tétrico u oscuro; al contrario, junto a la tristeza (“Cuando Shakespeare murió, ya estaba triste”) está la memoria (“Cnoso”, “Sueño de mi padre” o “Cuando pienso en los viejos amigos”) que deja en el autor –y en el lector- “la extraña sensación de no sentirme solo/ y la complicidad de una franca sonrisa”.
El libro es también una invitación a la vida (“Collige, virgo, rosas”) y una mirada sobre la muerte llena de estoicismo y elegante nostalgia, y no exenta de un canallesco sentido del humor que no acepta tabúes. Incluso el suicidio es susceptible de ser tomado con ironía y la muerte puede ser una amante en cuyo lecho nos sorprendan; y es que, como dice el autor “el amor y la muerte han estado muy cerca desde el principio”. Así nos lo expresa en la soleá cuyo último verso da título al libro: “Maldita sea mi suerte/ mi novia me ha sorprendido/ en la cama con la muerte”.
En el fondo, una publicación para el placer.
Publicado en la revista Artes&Letras, nº 367, 02/02/2012
Suplemento cultural del periódico Heraldo de Aragón
jueves, 27 de octubre de 2011
Sin noticias de Acuario, de Reyes García-Doncel
Sin noticias de Acuario, Reyes García-Doncel. Paréntesis Editorial: Colección Umbral, Sevilla, 2011. 330 pp.
Sin noticias de Acuario nos traslada a un momento preciso de nuestra historia reciente: los años previos a la muerte de Franco, cuando una España concluida se aferraba a las ruinas de un presente que muy pronto iba a convertirse en pasado. No en vano, la novela termina el 19 de noviembre de 1975, cuando la protagonista tiene ya un pie en su propio futuro, tras la crisis de una primera juventud vivida en tan especiales circunstancias.
Entre grandes ideales que emergen y grandes ideales que se desmoronan, consiguen filtrarse también las modas que ya tenían un cierto aire “global”. Desde más allá de las fronteras patrias llegaban filosofías distintas, una especie de sesgada sonrisa espiritual que se iba adaptando, para su consumo, en occidente. ¿Cómo permanecer indiferentes ante la inminencia de la era de Acuario? No es extraño que, convencidos de que “Occidente tiene muy mal karma”, algunos jóvenes desconcertados se dejasen seducir por el Conocimiento. Esa fascinación tendrá obligatoriamente su retorno, y el retorno no será siempre amable; pero, mientras tanto, la autora nos lleva a las playas en las que aquellos jóvenes recitaron los himnos de Vedas.
La novela nos hace conocer los anhelos de Isabel, estudiante de COU en 1973, a la que tocó resolver un puzzle con el mosaico de creencias de su época. Un proceso narrado con inteligencia, sentido del humor y un evidente conocimiento de causa que nos deja como resultado una novela entretenidísima y un eco de mantra, canción protesta, drogas psicodélicas, dulce flauta oriental y estertor de viejos coroneles.
OLGA BERNAD
Publicado en la Revista Artes&Letras, nº 354, 27 de octubre de 2011.
jueves, 13 de octubre de 2011
El tren de cristal, de José María Pérez Collados
José María Pérez Collados, El tren de cristal, Renacimiento (colección Novela de Campus), 2011, 336 pp.
El Tren de cristal es la primera novela de José María Pérez Collados. Catedrático de Historia del Derecho en la Universidad de Girona, ha sido investigador y profesor en distintas universidades españolas y extranjeras y ha publicado diversos ensayos de historia política y poesía; también codirige la editorial Nuevos Rumbos. Ahora, con la colección Novela de Campus –colección que él mismo dirige y que aparece bajo el sello de la editorial Renacimiento y bajo el auspicio de la Red de Universidades para la lectura- da a conocer su faceta como novelista.
Nos encontramos ante una novela de viaje, un viaje que hacemos en compañía del autor desde la realidad hacia la vida interior, y de un intento de regreso que no sabemos si será posible. Ésa es su trama. Frente al lema “juro que volveré” con el que se inicia, leemos el primer capítulo y nos deja un gratísimo rumor al mejor Cortázar, el que permite que algo en principio increíble tome por completo la realidad y la domine. Quedamos atrapados con el protagonista en esa especie de limbo que es la vida en hoteles mientras él se enzarza en miles de litigios con las compañías aéreas, pues ninguno de los vuelos que contrata logra llevarle a Madrid, nueva Itaca de este curioso Ulises.
A partir de ese punto, su viaje – y el nuestro- tiene una doble vertiente. Es la crónica de todo ese sinsentido en un mundo donde aún no existe Internet y no hay teléfonos móviles, el cuaderno de bitácora de un náufrago, pero también la introspectiva de esas vivencias y el examen del pasado. Desde la infancia de los desterrados (algo que marca su presente) a la vida universitaria de la época – aquellos principios de los ochenta que ya casi tienen la cualidad del mito- la novela es la experiencia mística de una extraña peregrinación.
Hay un diálogo que nos da la clave: el protagonista habla con su hermana de las razones de su viaje, de los peregrinos y los vagabundos como seres iluminados, de aquellos momentos que nos marcan, de alguna vivencia maravillosa que nos mueve y nos convierte en transeúntes porque nada vale nada sin lo que tuvimos en aquel momento, y eso nos "desapega" de la vida real. El vagabundo como ángel caído de algún paraíso perdido, o ni siquiera vivido, porque "la realidad no puede competir con los recuerdos de lo que no fue". El viaje como intento de construcción de un personaje que sólo quiere volverse hermoso ante otros ojos antes de regresar, de tal manera que toda la vida se convierte en algo que ofrecer a esos ojos sólo para ver al final en ese espejo que ellos también nos aman.
Ese personaje puede no ser verdad, pero tampoco es mentira: está en el deseo y en el corazón. El protagonista parece entender que morimos si no llegamos a ser quien verdaderamente somos. Por eso se mantiene en el aire, viajando de ciudad en ciudad, planeando un regreso para el que nunca se encuentra preparado. Si se pierde porque nada le parece suficiente o encuentra el camino de vuelta es algo que el lector tendrá que averiguar al hacer con el autor este peregrinaje en busca de un “sí” eterno y verdadero, de tal manera que nada – ni la vida, ni la realidad- pueda confundir esa certeza.
OLGA BERNAD
(Publicado en Heraldo de Aragón, revista Artes & Letras, nº 352 , 13/10/11)
viernes, 20 de mayo de 2011
"Una aproximación al desconcierto" de Javier Sánchez Menéndez
Aparece en SIM Libros “Una aproximación al desconcierto” de Javier Sánchez Menéndez, tras quince años sin publicar poesía (propia), dedicado a labores de edición y crítica y al trazado de su particular desconcierto poético. Veinticinco poemas conforman “Las limitaciones del lenguaje”, primera parte del libro. Cada uno de ellos va formando una lenta avalancha en la que se esconden y se muestran rebeliones, impotencias y conclusiones expresadas desde un descreimiento teñido de una brusca ternura que parece querer resumirse en los versos finales del poema que da título a esta primera parte: “Comenzamos a hablar si sabiamente/volvemos a la infancia/ y descubrimos/ que comenzar a hablar es promover/las limitaciones del lenguaje”.
Llegamos así a “Ataques de cordura”, dos series de brevísimas composiciones agrupadas en “Lapsus” e “Ictus”, que merodean el desconcierto mezclando la fuerza epigramática del graffiti, un cierto tono de soleá, aire de haiku y brillo, en ocasiones, de sentencia.
En “Clases particulares”, tercera parte del libro, se agrupan poemas más largos en forma de ejercicios de irreverencia, represión, olvido y espiritualidad para llegar a una “Última partida”, broche de la obra, que se cierra con una única entrega -“Segunda inclinación”- en la que la cordura ya no importa, pues las lecciones aprendidas y posiblemente olvidadas tampoco nos salvarán del desconcierto: “No es bueno complicarse./Total si son tres días y hemos gastado cinco,/ para qué desatar lo imprevisible”.
(Publicado en Heraldo de Aragón, revista Artes & Letras nº 340, 19/05/11)
Reseña recogida en la página de la editorial SIM LIBROS
Reseña recogida en la página de la editorial SIM LIBROS
jueves, 17 de marzo de 2011
Peligro de vida, de Francisco José Martínez Morán
Francisco José Martínez Morán El Gaviero Ediciones, Colección Cartoné, 2010 152 pp.
Conocíamos a este joven autor por su faceta poética, reflejada ya en dos estupendos libros: Variadas posiciones del amante (2006), Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande, y Tras la puerta tapiada, premio Hiperión 2009.
Nos llega ahora, en la hermosa colección Cartoné de El Gaviero Ediciones, este sorprendente conjunto de textos que navegan con la fuerza de un barco pirata entre el mar proceloso del relato corto, la prosa poética y el poema en prosa.
Cada texto de este Peligro de vida tiene algo de bofetada de crudeza y poesía sobre nuestra complaciente manera de considerarnos seres humanos. Entre las líneas del Peligro se asoma el asesino, el torturador, el violador y el verdugo en promiscua cercanía con la víctima, la compasión y la sinrazón. Nos sentimos en él fieramente humanos, lejos para siempre de los ángeles; hombres desconcertados, interpelados, amenazados y fascinados por el mal que, casi como un personaje, parece buscar y encontrar la vía perfecta para tomar cada alma y cada cuerpo o asomarse a los ojos envejecidos de unos niños que nacieron en un mundo donde no queda un resquicio para la inocencia. Pero sí para el arte; en este caso, para la literatura. Desde ella, el autor nos hace mirar la realidad con reconocimiento y extrañeza y nos sale al paso con una lúcida reflexión inicial que nos empuja hacia la lectura del Peligro (y la vida): “Eso nunca me sucederá a mí: una frase que ha movido el mundo durante siglos. Siempre, hacia el desastre”.
jueves, 10 de febrero de 2011
Tránsito, de Juan Manuel Macías
Hay libros cuya lectura queremos compartir inmediatamente. Lo que deseamos decir sobre ellos es "léanlos". Así ocurre con Tránsito. El autor es helenista, traductor de Safo, que respira entre las versiones originales de las palabras fundadoras de una poesía sobre la que el devenir posó veintisiete siglos de significantes y lagunas.
Tal vez esto explique que en los amplios límites de este poemario intuyamos la asimilación de antiquísimos misterios. Pero estos son solo punto de inflexión interior, acaso tiovivo de referencia en esfumato sobre el que Hagesícora, la de los bellos tobillos, da vueltas tenazmente para nuestra perplejidad. El poeta se arriesga a ir hacia ella sin red, aunque sin el gesto epatante y ya algo cansino del provocador. Hace su poesía, tan libre como consciente de lo que decide superar y lejos de las más o menos bienintencionadas tentativas de poner al lector por testigo ante pensamientos subjetivamente hermosos que nos permitan sentirnos poéticos. En Tránsito no vemos intenciones, participamos en unos hechos: valentía para levantar su pléyade de símbolos e imágenes sin refugiarse en presuntas naturalidades tantas veces inanes, sin justificarse por hacer lo que hace: poesía.
Lo importante, en cualquier caso, será lo inexplicable. Al leerlo, la voz de nuestro pensamiento no puede sino tocar esas palabras y sentirse tocada por ellas. Se cumple el deseo de que el libro sea, más que un soporte, una rotunda ocasión para que la poesía suceda.
Tal vez esto explique que en los amplios límites de este poemario intuyamos la asimilación de antiquísimos misterios. Pero estos son solo punto de inflexión interior, acaso tiovivo de referencia en esfumato sobre el que Hagesícora, la de los bellos tobillos, da vueltas tenazmente para nuestra perplejidad. El poeta se arriesga a ir hacia ella sin red, aunque sin el gesto epatante y ya algo cansino del provocador. Hace su poesía, tan libre como consciente de lo que decide superar y lejos de las más o menos bienintencionadas tentativas de poner al lector por testigo ante pensamientos subjetivamente hermosos que nos permitan sentirnos poéticos. En Tránsito no vemos intenciones, participamos en unos hechos: valentía para levantar su pléyade de símbolos e imágenes sin refugiarse en presuntas naturalidades tantas veces inanes, sin justificarse por hacer lo que hace: poesía.
Lo importante, en cualquier caso, será lo inexplicable. Al leerlo, la voz de nuestro pensamiento no puede sino tocar esas palabras y sentirse tocada por ellas. Se cumple el deseo de que el libro sea, más que un soporte, una rotunda ocasión para que la poesía suceda.
(Publicado en Heraldo de Aragón, revista Artes & Letras nº 326, 10/02/2011).
jueves, 30 de diciembre de 2010
El juego de la taba, de Elías Moro
Elías Moro. Calambur Narrativa. Madrid 2010. 190 pp.
El juego de la taba recoge un conjunto de apuntes líricos muy diversos y aparentemente espontáneos escritos al hilo de lo oído en un bar, en la televisión –fuente de maravillosas perplejidades: “Donde esté un buen estofao de rabo de toro, que se quite la horchata”- o desde el desamparo existencial que produce la consulta del dentista.
Comenzamos el juego por el título y este nos trae un olor a memoria, calle con niños y un poco de real gana, que tampoco viene mal. Casi sin darnos cuenta, el autor se nos hace confidente a través de sus breves reflexiones poéticas, a veces flirteando con la greguería (“Las telarañas del otoño son las serpentinas del aire”), a veces adquiriendo el tono de pequeños cuentos o largos aforismos cuya última enseñanza no es siempre lo importante, pues tal vez sería una soberbia merecedora de castigo: “tener la seguridad de que se es dueño de una certeza y no poder hacer nada con ella, no saber dónde, ni cómo, ni a quién aplicársela”. Sí importa, sin embargo, la porción del inagotable no sé qué que el escritor rescata del mundo para nosotros (“Los charcos se entristecen si no pasas por ellos”, “Las perlas ascienden en espiral hasta lograr la belleza”).
A Elías Moro se le entiende todo; digamos que el juego sigue sus honradas reglas pero, como en él, en la poesía se necesita toque, la tensión de la duda, la quemadura del deseo, el arte de acertar y la voluntad de no hacer trampas. Así juega el autor su partida con nosotros, como si fuésemos los niños de la portada, pero lo hace con una profunda voz de hombre que, la verdad, también se agradece
Publicado en Heraldo de Aragón, revista Artes & Letras, 30/12/2010.
Reseña reflejada en el blog de la editorial CALAMBUR el 18/01/2011
Reseña reflejada en el blog de la editorial CALAMBUR el 18/01/2011
Publicado por
Olga Bernad
en
jueves, diciembre 30, 2010
8
comentarios

Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir en XCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
Etiquetas:
Calambur,
Moro Elías,
Reseñas Heraldo de Aragón
jueves, 25 de noviembre de 2010
No quieras ver el páramo
Antonio Serrano Cueto es autor de relatos incluidos en varias antologías y de publicaciones académicas propias de su labor universitaria, pero es en No quieras ver el páramo donde el escritor da a conocer su poesía, pasión que le ha acompañado durante toda su vida hasta cuajar en este primer poemario. Su voz reclama una mirada detenida sobre el tiempo que avanza sucesivo e invencible y que, irremediablemente, se escapa o ya murió: “devolvedme la luz de mis ancestros/ su sordo caminar sobre la tierra”.
A lo largo de sus cuarenta y tres poemas, esa llamada a guardar el instante y el canto a la derrota de perderlo se visten de un clasicismo que afecta al fondo y a la forma –el poeta es Profesor Titular de Filología Latina en la Universidad de Cádiz y pocos géneros hacen tan imposible huir de lo que somos como el que nos ocupa- y de brillantes notas culturalistas, pero también de una sencillez y una libertad que implican una revisión ecléctica de las concepciones previas que nutren su escritura.
Sus versos se entregan a un rigor que busca claridades. Desde ellos nos hace llegar un cierto vitalismo teñido de una sensualidad nostálgica. Pero la voz poética no nos engaña, es una poesía escrita desde el páramo, como nos dice nada más comenzar: “Del páramo/ te traigo el desabrigo/ la ciega quemazón de la extrañeza”. Y ese parece ser el destino inevitable para la “desconcertada voz de la inocencia” con la que el autor conversa en el poema que da título al libro: “Pero aquí arriba llueve y hace frío/ y arrecia la intemperie. Tan a solas. / No quieras todavía ver el páramo”.
(Publicado en Heraldo de Aragón, Revista de Artes y Letras, 25-11-2010)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)