“Los huesos olvidados”, Antonio Rivero Taravillo,
Renacimiento (Espuela de plata), Sevilla, 2014, 196 pp.
Antonio Rivero Taravillo se estrena en el género de la
novela con “Los huesos olvidados”, una historia que arranca de un deseo: la
protagonista, Encarna, quiere averiguar la verdad sobre la muerte de su padre,
un militante del POUM desaparecido durante la guerra. Juan Bosch (basado en un personaje real) fue
amigo de Octavio Paz y, por eso, parte hacia México para entrevistarlo.
El periplo mexicano de Encarna consta de tres salidas que
nos recuerdan las tres salidas de Don Quijote.
Ella persigue una ausencia que quiere ser convocada a través de la
investigación. Es una odisea íntima pero
también física que nos lleva por calles, paisajes y literaturas que el autor
domina con innegable solvencia. Las teselas rescatadas van formando el mosaico
imperfecto del pasado. Bosch es la
huella de los que anduvieron como peones anónimos entre la Historia; e historia
y literatura se tocan como los personajes reales y ficticios que se mezclan en
la novela.
El viaje de Encarna se torna también en exploración colectiva:
ella va tomando notas casi desesperadas para su propio relato, nosotros la
vemos buscar en un mundo que ya se nos está escapando y que es también como un
padre que murió. La historia de Juan
Bosch, esquiva y sangrante, no se quiere oficial, sino auténtica. Lo contrario
sería como recitar un poema cuando su sentido se ha derrumbado. Algo así ocurre
simbólicamente en la novela cuando Octavio Paz está a punto de leer su homenaje
al miliciano muerto en el frente de Aragón y lo descubre sentado entre su público.
El relato se apega a la realidad: comunistas, trotskistas,
anarquistas, fascistas; siglas (POUM, PSUC, JCI, CEDA); nombres propios que
dotaron de contenido preciso aquel momento… Pero mucho más que en la lucha
entre las dos Españas, la clave de la historia está en las luchas internas y en
la persecución que el POUM sufrió por parte de los comunistas. Fueron guerras
dentro de la guerra, como si la sinrazón fuese una enorme muñeca rusa que
guarda otras más pequeñas en su interior.
El tiempo real de la novela es el
fin de siglo, simbolizando quizá con esa frontera milenaria el límite en el que
aún era posible averiguar de manera directa qué pasó. Pero todos los testigos
mueren: Octavio Paz, Elena Garró, todos los que estuvieron con el hombre sobre
el que Encarna (cuyo nombre también se nos antoja simbólico) investiga. Al final, el verso de Paz que sirve de cita
al libro: “Has muerto entre los tuyos, por los tuyos” no tiene un sentido
circunstancial, sino agente, y serviría como epitafio terrible y certero para
cualquier muerto de una guerra civil.
Todo sigue ahí, esperando ser comprendido, aunque la esperanza no llegue
a convencimiento pues la memoria es, como decía el poeta en una de sus últimas
entrevistas, “la gran fabricante de fantasmas”.
Reseña publicada en el suplemento cultural del periódico HERALDO DE ARAGÓN (ARTES&LETRAS nº 476 - 23/10/2014)